Y ella sonrió.
Vio a la niña alejarse. La recorrió con la mirada. Espero que no seas como yo, pensó.
No lo seas. Todo será demasiado difícil si eres como yo.
Y yo, era como tú. Tenía esa sonrisa de inocencia infinita.Y esos ojos brillantes deseosos de una vida mejor. Al principio no deseaba más que cualquier pobre mortal.
No deseaba más. Nunca deseó más.
Allí estaba en mitad de la noche, esperando que las almas desaparecieran. Llevaba tatuado en su cuerpo un diario de sueños. De los infinitos.
¿Por qué desear más?
Y allí esperaba,elevada sobre sus zapatos, viendo al mundo girar. A su alrededor.
¿Me llevarás allí donde viven las viejas hadas?
¿Puedes decirme dónde viven?
Quizás tengan la receta de momentos eternos.
Y volvió a sonreír. Alguien quería ser cómo ella. Pobre niña. Momentos eternos.
Princesa de cuentos para adultos.
Era fácil hacerles soñar.
Una buena sonrisa pintada de rojo sangre. Unos ojos de amor incondicional.Incondicional. ¿Hay algo en el mundo incondicional?
No. Ni los buenos sueños.
¿Cuál fue el momento en que deseó más?
Nunca lo supo. Pero allí estaba,reflejándose en el asfalto teñido de color. Esperando cuentos imaginarios. Ella era el verdadero oasis de esos seres tristes, cargados de melancolía, de instintos primitivos. Pero en el fondo faltos de amor para soñar.
Me encantaría ser como tú...
Y a mí amor
me encantaría volver a sentir como tú...
y llenar el mundo con esa sonrisa gratuita
de inocencia infinita.