Este relato lo escribí hace unos años, pensando no sé porque en un amigo...ese amigo ya sabe quien es.
Por él, es por quien publico ahora (muerta de vergüenza) VOLAR.
Él sabe porque. Gracias.
Pero le dedico este escrito a Berta, una escritora a la que admiro de verdad.
(algún día me gustaría escribir las 3/4 partes "de medio bien"...que escribe ella...)
Y pasaros por su blog porque es una maravilla:
Deseaba con todas sus fuerzas volar…
Ya desde bebé, cuando el llanto se hacía insoportable para
su madre, ella harta de mecerlo y acunarlo, lo sacaba en una cesta al jardín.
En el momento en el que sus ojos se encontraban con el azul inmenso del cielo,
el llanto desaparecía de golpe y parecía que el niño levitara.
Algunas vecinas se sentaban durante horas junto aquel niño
extraño de ojos oscuros, intentando averiguar que miraban esos ojos en el cielo.
Justo empezar a crecer, su madre histérica tenía que ir a buscarlo a la parte más alta del jardín.
Allí lo encontraba solo, con sus pantalones cortos, su cuerpo fino y delgado, encima de un pedrusco con los
brazos extendidos en cruz, meciéndose al
compás del viento, los cabellos alborotados tapándole los ojos…Parecía hablarle
a algo, parecía que los pájaros hablaran con él. A veces la llamaban del
colegio y lo encontraba subido a un árbol mirando al horizonte.
Cada noche, cuando todo el mundo dormía…salía al balcón y le
pedía a Dios que le diera dos alas para poder volar. Era tanta su desesperación
que a veces su madre se lo encontraba tiritando al amanecer con los ojos llenos
de lágrimas.
Ella harta ya de tanta tontería, lo encerraba en su habitación y no le dejaba abrir las
ventanas. Para que no pudiera ver el cielo. Y le gritaba que no era un pájaro
y que no lo sería nunca…que se
conformara con lo que era, un pequeño niño introvertido, que jamás podría volar, que eso sólo les
estaba permitido a los valientes.
Durante muchos años la obsesión por volar le llevó a viajes insólitos, a coger cientos de aviones,
a ver las ciudades desde lo más alto. A
intentar imaginar cómo sería poder tocar las nubes con las manos, poder sentir
el viento en la cara, poder planear y sentir la presión del aire manteniéndolo
suspendido y dejarlo caer de golpe…volar…
Buscó emociones que lo calibraran al límite, corrió en moto,
los arboles pasaban por su lado a una velocidad increíble, navegó por el mar en
una lancha, saltando con las olas, compitiendo con los Cormoranes en su vuelo
a ras del agua. Mirándoles de cerca, retándolos…
No consiguió quitarse esa tristeza perpetua de sus ojos.
A veces, todavía en medio de la noche miraba al cielo negro
lleno de estrellas y pedía unas alas. Su mujer lo miraba desde la ventana de la
habitación y cuando él se dejaba, lo abrazaba con ternura, le acariciaba los brazos
desnudos y le sonreía con resignación.
Su deseo era tan fuerte que le dolía el alma.
Y un buen día, empezaron a crecerle unas protuberancias extrañas
entre los omóplatos, su mujer se asustó tanto que le obligó a vestirse en cinco
minutos y visitar al médico más cercano.
Le hicieron un millón de pruebas.
Visitaron cientos de
clínicas y nadie tenía una solución científica a esas dos “cosas” con plumas
que le iban creciendo en su espalda.
Su familia se santiguaba al verlo pasar, su mujer empezó a
llorar y no dejó de hacerlo jamás.
Por el contrario él, se encerraba cada día delante del
espejo de su habitación y contemplaba de lado esas enormes alas que le estaban
creciendo…
Su tristeza había desaparecido.
Las acariciaba con tanta pasión, con tanto deleite, que las
lágrimas le resbalaban por las mejillas.
Y llegó el día.
Un día de abril, de madrugada, cuando el sol todavía
despuntaba de entre los árboles y sus rayos entraron tímidamente por las
esquinas de la habitación hasta darle de lleno en los ojos.
Sintió un deseo feroz de desperezarse, de levantar los brazos, de estirar, de abrir,
de desplegar, de batir… de batir sus alas…
Sus enormes y preciosas alas.
Y cual águila o ángel… salió al jardín.
El cielo lo miraba maravillado. Los pájaros sonrieron al
fin.
Por fin vio sus alas brillar, no tuvo miedo. Fue valiente. Dijo
adiós a su vida, a su familia, a su mujer…y se dirigió a la montaña, buscó el acantilado y se lanzó
al vacío…
ANY 2010.
Me ha encantado. Me he sumergido en su historia desde la primera línea. Qué bonita metáfora de la libertad. Precioso. Me ha recordado mucho a un cuento que escribí hace mucho para un taller, Las tijeras se llama, en el que al niño le nacen unas alas que su madre le recorta todos los días con las tijeras de la costura. Es la primera vez que me dedican un cuento. Gracias por tus palabras :) Y por leerme. Me alegro muchísimo de que eso te haya animado a escribir otra vez. Vendré a leerte. Besos!
ResponderEliminarA veces los sueños se vuelven realidad, pero sólo a veces...
ResponderEliminarMuy bonito, me gustó.
Besos
Hola Maman,
ResponderEliminarSigo tu blog de hace tiempo, pero és la primera vez que publico un comentario.
Decir que soñar al igual que las ilusiones, es lo que nos hace salir adelante, aun que en los peores momentos es cuando más nos hace falta!
Si nos quitan esto, que nos va a quedar? quien vamos a ser?
Te animo a seguir escriviendo, para mí eres otra ilusión, otro deseo, eres maravillosa!!
Hola Dodo..
EliminarTienes razón, nuestros sueños hacen que la vida se vea mejor...el día a día es bastante difícil de llevar y si te ilusionas y sueñas...el mundo se hace más llevadero.
Entender ese sentimiento al fin...hace que uno se libere. No es necesario que todos los sueños se cumplan pero la felicidad de tenerlos, la sonrisa que te provocan, el saber que están ahí...eso es lo esencial.
Gracias...creo que eres mi ángel...
Un abrazo.
Es una gran metáfora. El vuelo, la libertad imprescindible.
ResponderEliminar"Por fin vio sus alas brillar, no tuvo miedo. Fue valiente. Dijo adiós a su vida, a su familia, a su mujer…y se dirigió a la montaña, buscó el acantilado y se lanzó al vacío…