martes, 29 de noviembre de 2022

Geranios Rojos



Yo viví en ese edificio. En el tercer piso. Me parece un edificio igual a otros tantos que hay en el Casco Antiguo de Girona, todos reformados y de colores parecidos.
Me hace gracia pasear por estas calles tan turísticas y recordar que cuando tenía seis años los turistas no existían y el edificio se caía a pedazos. 

La diferencia es que cuando era pequeña todos los balcones estaban llenos de macetas con geranios rojos. Mi madre mantenía nuestros cuatro balcones llenos de ellos.  Crecí con esas flores de hojas verdes un poco rasposas de tallos gruesos y ese olor característico de los geranios. Parecía que no existiera otra planta en el mundo. 

La escalera del edificio era oscura y fría. Y la subíamos y bajábamos haciendo carreras con mis hermanos. La barandilla negra labrada en algunos tramos se movía y de vez en cuando se caían pedacitos de pared.Siempre tuve miedo a que algún día cediera y mis hermanos  o yo cayéramos por el hueco de la escalera. 

La vecina del segundo un día subió toda histérica, era una señora mayor a la que considerábamos una pesadilla porque siempre se andaba quejando de nosotros y de todo lo que podía cuando llegaba mi madre de trabajar. Subió con su bata azul de estar por casa y sus zapatillas sudando a chorro y gritando que se le caía el techo encima por nuestros saltos. La verdad que ese día nos dió por correr desde la cocina a la habitación y tirarnos en plancha en la cama de matrimonio dónde dormíamos mi madre y yo. 
Y con cada planchazo retumbaban seguramente las vigas de madera de la señora del segundo. 

Mis hermanos y yo podríamos haber sido tres posibles terroristas. No sé como la vida nos llevó por buen camino y no nos dejó morir antes de hora por peleas tremendas, accidentes y demás. Creo que si existen ángeles de la guarda, nosotros tuvimos un ejército cerca bancándose todos nuestros desastres. 

Miro hacia arriba y me paseo por cada estancia de ese piso que fue nuestra casa en varios momentos de nuestra vida. Recuerdo la primera lavadora pequeña de color azul celeste que sólo daba vueltas a la ropa con jabón y luego mi madre tenía que aclarar en el lavadero de piedra. Fue una revolución.

Ir  a dormir en invierno era toda una odisea. Las sábanas parecían mojadas de lo frías que estaban y meterse en la cama era sentir un peso de doscientos kilos de mantas. Jugar con mis hermanos a ver quién  desprendía más vaho en el gélido invierno gironí donde las estufas sólo servían para chamuscar los bigotes de nuestro primer perro. Un setter irlandés llamada Dama que se plantaba delante de la estufa de butano y pegaba cabezazos mientras se iba durmiendo.

O el día que mis dos queridos hermanos de pelearon a puñetazo limpio con doce o trece años y me metí en medio y me comí dos derechazos de cada uno que me dejaron con uno ojo a la virulé y sin respirar durante unos segundos interminables. Luego nos fuimos al colegio tan felices como si nada hubiera pasado con nuestro croissant y nuestra chocolatina que comprábamos en la panadería de "Ca la María". Mis hermanos tan amigos y yo con un ojo morado. 

Nuestra primera experiencia con la muerte fue cuando encontramos a nuestro canario de color amarillo intenso en el fondo de la jaula. Nos regaló durante años su maravilloso canto a pesar de estar preso. Lo pusimos en una caja de cerillas grande y fuimos a enterrarlo  bajo un ciprés  cerca de nuestro colegio. Mi hermano pequeño creo que estaba muy triste, siempre fue un niño muy sensible hasta que el corazón con el tiempo se le cubrió con una costra muy gruesa. Ahora es un hombre con una gran coraza. 

No sé recordar cosas feas. Como a las pesadillas las llamo "malos sueños" a los recuerdos terroríficos ya no les doy lugar. Hubo un tiempo en el que necesité escribir mucho sobre sueños malos y recuerdos de pesadilla. Pero por suerte ya no me es necesario. 

Mi mente es ese edificio reformado con nuevos inquilinos que nada saben ni les interesa saber sobre  inquilinos y pasados.

Vivimos en muchos otros edificios, muchas otras casas, en diferentes lugares. Pero siempre que paseo por esa calle y miro ese edificio recuerdo nuestros balcones llenos de geranios rojos. 



jueves, 24 de noviembre de 2022

Garabatos



Durante veinte días he querido escribir sobre sensaciones. Sobre volver. Sobre qué sentía. Pero si he de ser sincera conmigo misma no sentí nada. Sigo sin sentir nada. 
No sé cómo describirlo porque veo que  ya no se me da nada bien escribir. 
No fluyen las palabras que imagino en mi mente. Sé  que perdí la costumbre y vuelve a dolerme pero no quiero hacerme pesada con eso. Debo encontrar la manera de hacerlo sin más y el porqué no lo sé. 
Creo que mi pareja se ha dado cuenta y en el penúltimo día de viaje paramos en Fnac y me regaló una Chromebook. 
-Para que no te dé pereza escribir. Es pequeña y te cabe en tu mesa de trabajo.

Y aquí estoy, sin trabajar pero escribiendo sobre mi viaje relámpago a Girona.  Diez mil kilómetros en 12 horas de un tirón. Diecisiete días para hacer trámites que debían ser presenciales, hacer compras, ver a la familia y quedar con amigas. 
Lo tenía todo organizado.
Hasta bloqueé a "ciertas amigas" en instagram para que no supieran de mi viaje. Tenía toda mi agenda planificada y programada toda una estrategia de marketing para mi trabajo uniéndolo con el viaje. 
Además debía comprar piezas en Barcelona que no encuentro en Buenos Aires debido a la restricción de este gobierno a las importaciones y las ganas de joder a la gente que quiere trabajar. 

Después de cinco años sin viajar pues la verdad obvié mi odio al avión y me puse en "modo feliz". Tenía ganas de ver a mi madre y andar con ella. Tenía ganas de pasear con mi pareja y enseñarle dónde tuve mi tienda, dónde vivía... caminar por la playa, ver el mar...Esta vez era como volver a un lugar extraño, lejano. 
Con recuerdos escondidos en mi mente.

La vida se encarga de desbaratar toda tu organización y planes. Y al quinto día de aterrizar nos pillamos los dos una gripe de caballo. Ese calor en noviembre al mediodía para ir en manga corta y de pronto a las siete de la tarde estar  a tres grados y nosotros en mangas de camisa.

No puedo idealizar ni un viaje. Yo soy de realidad. Pero esto me pilló desprevenida. La última vez que estuve en Girona en 2017 me pasé una semana en cama con una bronquitis aguda y con la que tuve que cambiar el billete de vuelta. 
Creo que el universo intenta decirme algo.

Siento frustración. Tenía muchas ganas de hacer muchas cosas, más de las que tengo normalmente. Estaba en plan zen, contenta. No iba a enfadarme con nadie de la familia. Sólo tenía 17 días.

Pasaron literalmente en un chasquido. 

Girona me pareció una ciudad más limpia y ordenada que antes. Casi me da por tirarme al suelo y hacer la croqueta. A pesar de que los de mi alrededor se esforzaran todo el tiempo por decirme lo contrario. Los edificios están limpios, las aceras intactas, la basura en su lugar, el tráfico controlado. Los precios de las cosas después de cinco años han subido un poco pero nada escandaloso. 
Como no comparar con esta Argentina que se cae a pedazos, que se rompe y nadie arregla.

Escucho las quejas, el IBI a subido mucho, las hipotecas, los suministros, la comida, los impuestos...puedo entenderlo, pero me paseo por Girona, Barcelona, por Banyoles, por Mataró...buscando algún indicio de  decadencia. No encuentro ninguno. Sigue siendo un país lleno de tiendas donde encuentras cosas, muchas cosas a precios baratos. Donde la rueda del consumismo no termina nunca. Donde vender es fácil y comprar mucho más. 

Esta entrada es una mezcla de muchas cosas que no sé cómo ordenar. Dije que no sentía nada. Y quizás no es cierto. Quizás pensé que sentiría pena al volver. Dolor. 

Sólo sentí dolor cuando vi a mi perrita Witch. Cuando me fui hace siete años decidimos que Witch, Vaca y Mapache se quedaran  a vivir con mi ex pareja para no hacerlos volar. Sé que fue una buena decisión pero la sensación de abandono nunca se va de mi estómago ni de mi corazón. 
Mapache murió hace cuatro años y Vaca murió cuatro días antes de que yo llegara. 

Cuando pienso en mi casa desgraciadamente no pienso en Girona, ni en mi familia, pienso en mis perros. 
Y la sensación definitiva que ahora tengo es que ya no me queda nada de esa vida aquí.

Witch me hizo ver que ya no me reconoce como familia.

Alguien puede pensar que no soy muy justa con mi madre. Pero mi madre tiene su vida y siempre puede comprar un billete de avión y venirse. Si quiere.
Las personas pueden tomar decisiones. 

Mi sensación después de sentarme a escribir es que mi lugar de nacimiento no me representa. La vida que tuve no me representa. Quizás es la edad. No lo sé. 

Este viaje desastroso de 17 días me hizo sentir que no quiero regresar. Aunque esté en un país al que nadie entiende. Y menos yo. Un país en el que todo aumenta cada quince días. Donde el desorden y la decadencia están en cada esquina. Donde la resiliencia de las buenas personas resurge a cada obstáculo que les ponen. Donde a nadie se le caen los anillos por tener dos trabajos y buscarse la vida para seguir adelante. Donde muchos quieren irse para tener un futuro mejor, como muchos jóvenes españoles se van a otros países por lo mismo. Pero que otros se quedan aunque tengan que remar en dulce de leche.

Que extraño es todo.

Este es un escrito que si hubiera sido hecho a mano estaría lleno de garabatos.






El destino 
contra tu voluntad
en las buenas y en las malas
esperará 
hasta que te entregues a él