jueves, 10 de septiembre de 2020

Marta del primero A


 A veces me parece escucharla gritar.  Cuando estoy lavando platos. Mi cocina da al patio de luces y tengo la suerte de tener una gran ventana justo encima del fregadero que hace que el sol me entre directo y de alegría a la cocina. La única desventaja es que oigo a todos los vecinos, aunque evidentemente ellos a mi también deben escucharme reputear...porque yo grito...bastante. 

Y la oigo. De vez en cuando. Su voz grave. Gritando a Matilda. Que era su perro y no veáis lo que fastidiaba la pobre con sus ladridos. Y eso que yo también tengo perros. Pero Matilda se pasaba el día corriendo del balcón al patio de la cocina y del patio al balcón ladrando como alma poseída. 

-Matildaaaaaaaaaaaa!!! -y todo Dios escuchaba a Matilda ladrar y a Marta gritando a Matilda. 
Todo el mundo en el barrio y en el edificio conocía a Marta y a su perro.

A los tres meses más o menos de mudarme a este edificio un día bajando las escaleras me la encontré en el hall. 
-Vos sos la del tercero A? También tenés perros, los escucho ladrar y mi perra Matilda también...
-Hola qué tal? Sí, soy la del tercer...-me interrumpe de golpe...
-Sos española? con esa manera de alargar la ñoooo...y subir el volumen unos cuantos decibelios en plan pitido...y se sonríe cuando asiento con la cabeza. 
Y como no...me salta con las dos preguntas/afirmaciones de todo aquel que me escucha hablar por primera vez...
-Qué "hasés" acá? Vos sos una boluda!

Marta era Marta. Una señora delgada, súper vital. Con el pelo totalmente blanco, perfecto, de media melena. Con sus gafas de sol y su estilazo vistiendo. Siempre con sus accesorios, collares grandes y de colores. Conjuntada. Elegante. Subía y bajaba las escaleras con una agilidad envidiada por cualquiera. Y cuando me dijo la edad, casi que me caigo de culo, más de ochenta y pico largos, largos...
Parecía de setenta, la mujer.

Un día estaba yo desayunando en una cafetería que hay a una calle del edificio, muy linda y acogedora y que tiene un café súper bueno, con mi libro. Marta entra y  saluda a todos. Me ve y se dirige decidida hacia mi.
-¿Te molesta si me siento con vos y me tomo un cafecito?  Es que me caes bien. No porque seas española, que también. Mis padres eran italianos. A mi no me cae bien nadie del edificio, pero vos me caés bien. Ya me conocerás...tengo mucho genio. Todo el mundo me conoce. Yo digo las cosas como son.  No quiero pelearme con vos. Tenemos que llevarnos bien. Nunca nos hemos de enojar por los perros...vos sabés...

Tremenda Marta. 

Nos tomamos alguna vez algún que otro cafecito juntas. O charlábamos un buen rato cuando nos encontrábamos en la calle o en el hall del edificio. 
También nos juntamos una vez para hablar con la del tercero B que varias veces dejó a su caniche completamente  solo durante todo un fin de semana. Y el pobre animal se la pasó aullando día y noche sin tregua. El lunes cuando la señora llegó fui a su casa y le dije de buena manera que no podía dejar al perro dos días solo...quizás se lo dije demasiado bien. Porque al siguiente fin de semana volvió a dejarlo solo. Y era una agonía escucharlo. 
La siguiente vez fue Marta a confrontarla. 

El tercer fin de semana la señora de mi rellano me dejó el perro a mi para que se lo cuidara.
Marta era mucha Marta.

Han pasado ya seis meses. Justo cuando empezó todo esto. 
Y aún, os aseguro la escucho. O la oigo trastear. O creo que me la encontraré en la calle con su carrito de la compra. Ella siempre tan arreglada. 

Hoy me di cuenta que todavía está en mi nevera el papelito que me dio con sus teléfonos. Y no pude evitar mirar mi móvil y ver que todavía está su foto ahí. Que no han dado de baja su número. 

Marta tuvo una embolia, ingresó en el hospital y ya no salió. 
A la semana de no escuchar a Matilda pregunté si alguien sabia algo de ella. Me dijeron que estaba en el hospital y Matilda en una guardería. 
El mismo día, la policía de barrio, con quien hablo muchas veces me dio la noticia. 

Es extraño cómo a veces echas de menos a personas que casi ni conoces. 


viernes, 27 de marzo de 2020

Joker y la tristeza escondida tras la risa.



Ayer vi  "El Guasón" (Joker).
La foto que elegí es para mí la que mejor define el estado de ánimo del personaje, de la película y de mi misma durante todo el film: tristeza y desesperanza.

No me siento identificada con él porque por suerte mi vida no ha tenido ni tiene nada que ver. Pero siento que millones de personas son/tienen un poco o mucho de este personaje.
Y los demás nos hemos acostumbrado a mirar hacia otra parte.
A mirar con asco o con desdén.
A sentirnos incómodos cuando alguien es "diferente". Hacer ver que no vemos.
A ser indiferentes.

Hay escenas que me generan ira. Porque odio las injusticias y porque odio la aparente "superioridad" de algunas personas. Ese tipo de personas (no hace falta que sean de "alto abolengo") que se creen más y mejores que otras. Quizás por ser blancas, por tener más estudios, por tener un buen trabajo, por ser más fuertes, por tener simplemente una casa...no sé...por cualquier estupidez.

Y están en todas partes también, como los que abandonan a sus animales de compañía. Tenemos la mala costumbre de pensar que los hijos de puta, la gente mala, están en otros lugares y que no pertenecen a nuestro entorno, a  nuestra familia o amigos. 

Pero la maldad está ahí afuera. Y por desgracia algunos la tienen dentro de sus casas.
Y son víctimas de ella.

Esta película me hizo pensar en cómo están de desamparadas  algunas personas de nuestra sociedad. Una sociedad que se jacta de ser solidaria en redes sociales. Que sale a los balcones a aplaudir cada noche y tienen su momento de "la buena acción del día".
Pero ¿todos lo son realmente? ¿tan solidarios, tan comprometidos?

Arthur Fleck (Joker) en un momento determinado dice: No he sido feliz ni un sólo minuto de mi vida.

Y pienso justo ahora, cuando un tanto por ciento de la población se queja día tras día que se aburren en sus casas, en todos esos niños que viven con unos padres que los maltratan o que quizás quedaron varados en casa de un familiar que abusa de ellos. Niños para los cuales su tabla de salvación es ir a la escuela, niños que comen una vez al día gracias a esa escuela.
Mujeres que deben soportar la cuarentena con su maltratador,  intentando minuto a minuto que nada haga de detonante para un nuevo enfrentamiento.
Eso no va a salir en las noticias. Porque no debe cundir el pánico. Pero sucede, aunque no lo veamos.

Esta película te hace pensar. Mucho. Quizás porque Joaquin Phoenix traspasa la pantalla y te hace empatizar con su dolor. Hace que sientas ese abandono que genera la desigualdad, las enfermedades mentales, ser el blanco de las burlas y de los golpes de los que se creen mejores que otro.

Cuando era pequeña me daba terror poder ser la niña de la que se reirían o a la que pegarían. En el instituto siempre había alguien de quien reírse. Era algo que yo no soportaba. Intentaba tratar bien y ser amiga de los que eran el "blanco fácil". Recurrí un par de veces a la violencia y a las amenazas para ser más fuerte. Sigo pensando que a veces hay personas que sólo entienden esa manera.

No justifico a Joker por convertirse en el peor enemigo de Batman. Hay personas que viven un infierno y no se hacen asesinas pero arrastran toda la vida un dolor que no les deja ser felices, nunca. He conocido personas así. Lo llevan en su mirada.

Esta película no te deja indiferente.






Arthur Fleck: ¿Has visto cómo es allá afuera, Murray? ¿Alguna vez dejas el estudio? 
Todos solo gritan y gritan el uno al otro. Ya nadie es civilizado. 
Nadie piensa cómo es ser el otro chico. 
¿Crees que hombres como Thomas Wayne alguna vez piensan lo que es ser alguien como yo? ¿Ser alguien más que ellos mismos? Ellos no. 
¡Piensan que nos sentaremos allí y lo tomaremos todo, como buenos niños! 
¡Que no seremos hombres lobo y nos volveremos locos!

martes, 24 de marzo de 2020

Muerte al grillo!!!


Fotografía: Tim Walker

Marzo 2019

Hace unos cinco días se ha instalado un grillo en uno de los dos patios que hay en el primer piso. Vivo en el tercer piso y mi habitación da al patio de luces, donde se concentran cocinas y habitaciones indistintamente. Se escuchan los ruidos habituales de un edificio, aparatos eléctricos de cocina, charlas, algún grito, ladridos de perros, de mis perros también...y ahora el cri-cri del grillo.

Creo que esta ciudad me odia. Y el grillo también. Empieza con su canción a las diez en punto de la noche, el muy maldito. Y termina a las seis de la mañana. 
Lo sé a ciencia cierta, porque el primer día no pegué ojo en toda la noche. La segunda me fui al sofá a dormir. Y las últimas me puse los cascos con música. 
Y me duermo a trocitos.

No. El cri-cri NO me hace de tantra para dormir. No. 
Soy de esas personas que necesitan del silencio absoluto para poder dormir bien. 
Y ya, el ruido voraz de estar sobre una avenida donde no hay paz  de autos ni un solo momento, ni de día ni de noche, a mi se me hace difícil descansar. 
No, no me acostumbro. Aunque ahora lo llevo mejor. 

Pero lo del grillo...lo del grillo es para morir. Me entran unas ganas asesinas de bajarme al primer piso, empezar por el primero A y terminar con el primero B, con un lanzallamas y quemarles todas las plantas, grillo incluído. 
Luego me sale la vena animalista...y pienso que ya se irá....¿Pero cómo?
¿Los grillos vuelan? No tengo ni idea. No sé. Mi esperanza es que los insectos no tengan una vida muy larga y muera por vejez. Por favor! que le quede poquita vida...

Soy de las que los tic-tac de los relojes de cuerda la enloquecen, los ruidos interminables, los secuenciales, cualquier cosa en plan "gota malaya" me haría confesar lo innombrable.


Marzo 2020

El grillo desapareció. No sé qué le pasó. Juro que no hice vudú, ni nada por el estilo. 
Tal como vino se fue. Y yo conseguí dormir de nuevo. Mal, porque nunca duermo del tirón. Pero no tengo a ese bicho jodiéndome la noche. 

Ahora tengo a la vecina del cuarto jodiendo. Hasta las dos de la madrugada la tiparraca se la pasa hablando a los gritos por teléfono. 
Gritándole al gato. Flipa...¿alguien puede gritarle a un gato? Pues ella y su pareja viven reputeándolo. Me da pena. La gente es mala. E hijadeputa...pero eso ya lo sabemos todos.También se reputean entre sí. 
Siempre me tocan los mejores vecinos. 

El virus este de mierda no va a cambiarnos. Olvidaros. Los positivos. Los que en todo veis una oportunidad. O quizás sea yo la ceniza...sí lo sé. Soy ceniza. 
Lo he sido siempre. Y apocalíptica. 

Total, ahora no pasan autos como antes, por la cuarentena, ni hay grillo. 
Hay vecinos gilipollas que se creen que viven solos. 

Viva la solidaridad.




PD. Prefiero mil veces el grillo.







lunes, 23 de marzo de 2020

Bizcocho y chocolate


Recuerdo cuando mi madre hacía  bizcocho de yogur y limón y hervía chocolate. Y
se juntaban en nuestra cocina unos cuatro o cinco niños del barrio.

En esa época las cosas no andaban bollantes. Ese bizcocho era una alegría para nosotros y los demás niños. Nuestra casa era la única que siempre estaba llena de niños.
Y siempre había alguno a comer.
Y eso que nos faltaba más que nos sobraba. No recuerdo pasar jamás hambre pero hoy en día sé hacer diversas sopas y cocinar algo bueno de cualquier sobra.

Recuerdo cuando subían a la puerta de casa y yo no debía moverme, alguna mujer vestida de negro con niños de caras sucias y  ropas viejas, esperaban a que mi madre les diera una bolsa de leche, harina y algún paquete de fideos. Y no nos sobraba. Pero ella me miraba y me decía: pobre gente.

Luego, la miraba sentada en el sofá fumando, con su bolígrafo y su pequeña libreta apuntando todos los gastos del día. Porque seguro nunca llegábamos a final de mes, pero yo era muy pequeña para saber qué era eso. Pero "sabía" que las cosas no iban.
A día de hoy casi como una manía, tengo una agenda sólo para apuntar todos los gastos diarios.

Algunas cenas que recuerdo eran a base de puré de patatas de bolsa y un trozo de hígado frito con ajo y perejil. Creo que ahí empecé a ser vegetariana. O cuando íbamos a la carnicería a comprar "carne de caballo" y yo miraba las neveras e imaginaba al caballo trotando por el campo.

Nunca me han gustado las carnicerías. Su nombre ya indica todo.
Pero a los seis años no puedes tomar decisiones. Al menos antes.

Yo siempre acompañaba a mi madre a todos lados. Yo era una "rata sabia" como ella me llamaba. Sí. Me quedaba con todos los detalles y los almacenaba aunque no los entendiera.

Con la edad, esos detalles a veces vienen a mi. Como quien abre un armario viejo lleno de vestidos con olor a moho y alcanfor. Y los desempolvas,  para ver si hay algo interesante con lo que quedarte.

Y quizás te ayudan a comprender en qué consiste todo. Al menos lo básico.











lunes, 9 de marzo de 2020

El subte es un lugar triste.




Tomo el subte para volver a casa. No va muy lleno y hay asientos libres pero lo cierto es que no me gusta viajar sentada si el trayecto es solo de veinte minutos.
Prefiero ir de pie y disimuladamente observar a la gente.

Justo delante mío tengo una chica de menos de veinte años. O eso creo porque me doy cuenta que desde hace tiempo, se me escapa eso de acertar con la edad de las personas. Veo a todo el mundo mucho más joven de lo que es y mucho más joven que yo.
Y eso que cuando me miro en el espejo, éste no me refleja mis números.
Es realmente extraño. Uno ve el paso de los años ajenos y no es consciente del propio. Es algo así como el espejo de la malvada madrastra de Blancanieves, pero sin andar preguntándole.

Veinte años, creo, más o menos. Lleva un buen rato con la cabeza gacha. La barbilla le toca el pecho. El cabello, rubio teñido, con una raya de tres dedos más oscura en el centro de la cabeza, le tapa parte de la cara.
Está llorando.

Es un llanto contenido pero las lágrimas le salen disparadas. Es ese tipo de llanto desgarrador reciente. Del que después de asimilar la mala noticia no puedes ni sabes contener. Es igual dónde estés. Es igual con quién estés.
Te sale del estómago, te lo aprieta, te lo retuerce y sube sin concesión hacia la garganta. Intentas tragar, reprimirlo, darle la orden para que se quede ahí abajo...pero te es imposible.
Llora desconsoladamente. En silencio.

Su cara es la tristeza personificada.
Me gustaría tocarle el brazo y decirle que todo pasará.
¿Por qué la edad no me da poder para saber qué decir en estos casos?

Pero quizás su dolor no pasará tan pronto y me parece muy banal soltarle a alguien esa frase. Porque la muerte no pasa así como así. Ni una enfermedad. Ni un cambio de país. Ni siquiera el amor.

Creo que vivimos tan rápido que todo debe pasar de la misma manera y que estar triste ofende a muchos. O como escuché el otro día; estar triste incomoda a las personas.
Y lo cierto es que sí. Estar triste es como la soledad, como los silencios largos, como no pertenecer.
Es incómodo. Y es desalentador.

Saca un pañuelo de su mochila, se suena la nariz y se seca las lágrimas.
Su mirada sigue fija en el suelo. Para de llorar.
Viste unos jeans desgastados  y una camiseta blanca, con la palabra "Love" en rojo, escrita a la altura de su pecho. Lleva unas gafas de montura redondeada metálica, dorada. Sus zapatillas deportivas son sin marca, azules y blancas.
Su atuendo es muy humilde. Parece una estudiante con su mochila negra.

De nuevo arranca el llanto. Estoy segura que su cabeza es un hervidero de miles de pensamientos, de recuerdos. Nada que no sea realmente importante te hace llorar de esa manera tan intensa.
Quiere controlarse pero definitivamente es más fuerte que ella.

Me da pena no saber cómo  acercarme a una extraña y poder mirarla a  los ojos y sonreírle para que pueda sentir que quizás, quizás algún día su dolor se irá o al menos se mitigará.

Se acerca una estación importante.
Respira profundo. Se seca las lágrimas y vuelve a sonarse la nariz.
Despacio. Muy despacio, toma sus gafas, abre las patillas y se las pone con sumo cuidado.
Se incorpora. Me mira a los ojos y yo la miro.
Se abren las puertas del subte con un pitido.
Ahí va esa chica triste. Sin que nada ni nadie la contenga de su tristeza. Odio hacerme mayor y no tener herramientas emocionales salvadoras para estos casos.

Me quedo absorbiendo su dolor y su angustia. Su desesperanza.
E imagino mil historias.

El metro es un lugar triste. Es un arca subterránea llena de emociones.
De almas que viven a medias. De sentimientos diversos.
La mayoría de ellos son tristes, sólo tienes que observar. Te empapas. Te aspiran.

No...la verdad es que al menos a mi, la edad no me ha dado armas para poder ser más cercana, más amable o simplemente para tener la palabra o el gesto adecuado en cualquier momento. Sobre todo en los malos.