Foto: Colour As Experiencie
Me levanto de mal humor. Una característica que he heredado de mi madre al cumplir los cuarenta. Antes siempre me levantaba parloteando como una cotorra y en casa tenían que pedirme por favor que me callara un ratito o me ahogaban en la bañera. Ahora, necesito mi tiempo para soportar el cambio traumático que supone aclimatarme al exterior del edredón. Si fuera primavera u otoño sería quizás un poco más fácil. Me gustan las estaciones intermedias.
Empezar el día tiene todo un significado de deberes y obligaciones. A veces hasta de aburrimiento mortal, en modo adulto. Es igual, cualquier explicación es absurda. Es lo que hay.
Hoy conocí a mi vecina en su hábitat. La que vive pared por pared a mi comedor. Literalmente, porque su estudio es eso, la medida de mi comedor/cocina/sala de estar. Y las paredes de este edificio son de papel maché camufladas con la apariencia de pared robusta y sana.
Tengo horarios extraños últimamente con el trabajo y hoy tengo fiesta. Podría haberme levantado más tarde pero quería aprovechar la claridad del día y despejarme de a poco. Me calenté dos "media lunas". Son unos híbridos entre el croissant y los brioche, pero con la mala leche que cuando las pruebas, caes irremediablemente en ser adicta a ellas. Ya nada sabe igual. Necesitas un café con leche con dos o tres medias lunas. Otra vez, es lo que hay.
Abrí la tablet y pensé que estaría bien leer un rato mientras desayunaba, para suavizar las arrugas del mal humor en mi frente. Allí estaba concentrada cuando oí la vecina trastear. Juro que pensé, ¿la habrá despertado la máquina infernal del café? porque hace unos cafés de la muerte pero el ruido que mete es peor que una expresso de esas gigantes de cualquier cafetería antigua. O los ladridos del perro que se vuelve loco de contento cuando vuelve de su paseo y es imposible acallar hasta que no le das su comida. Seguí con mi silencio sus pasos.
Y de pronto música. "Adele" cantaba a pleno pulmón en el mini estudio de al lado. Con esa voz potente que la caracteriza. Y lo hacía acompañada nada más y nada menos de mi vecina, que la secundaba con un énfasis capaz de despertar a medio edificio.
¿Pero sabéis? Empecé a sonreír. Me la imaginaba con su pijama, cantándole al cepillo de dientes, mientras hacía voltear su cuerpo y se movía al ritmo de la música. Acompañando mi visión se solapaban los ruidos de saltitos detrás de la pared. Y como mi imaginación se desborda a cada grito de Adele y su camarada, no puedo reprimir una risa. Fijo mi vista hacia la pared blanca y la escena se hace más nítida. Mi vecina es una morenaza que seguro causa furor entre el género masculino, no es súper guapa pero es de esas mujeres de carácter, al menos en apariencia. Y tiene ese algo que está entre la seriedad y lo salvaje de cualquier noche de fiesta, con una copa de más.
Y me viene a la mente la foto del encabezado que, seguro, no le hace justicia y es demasiado pronto para definir a cualquier vecina a la que has visto y hablado en tres ocasiones contadas. Pero mi agudeza matutina no me permite otro tipo de fantasía. Los zapatos y las piernas largas. Creo que le pega. Aunque muchos de vosotros diréis que es envidia cochina. Pues no. Mi vecina, a la que he bautizado Adele, hoy rompió con la maldición familiar de mi mal humor matutino.
Se lo agradezco infinitamente.
Es divertido sentir que no soy la única loca que canta sin saber inglés haciendo coro a mis cantantes favoritos, desafinando y a pleno pulmón aún a riesgos de que te oigan los vecinos.
Gracias Adele. Te adoro sin apenas conocerte.