Me gustaría ser mala. Muy mala persona.
Y que nada me importara. Tener un punto de psicópata o más de un punto. Todos los puntos.
Todos los putos puntos enteros y las comas y lo que sea. Mala para desear que le vaya mal a alguien.
Para que no me importe la vida de los demás. Ni que me de pena la vecina que no llega a fin de mes y sus hijos nunca estén. Y que ella vaya a recoger una bolsa de comida al colegio de la esquina.
Para poder pasar por delante de un perro atropellado y ser capaz de dejarlo ahí e irme a comer una hamburguesa a McDonald's.
Quiero ser mala persona y dejar la empatía encerrada en un agujero negro.
Y vivir sólo para mi sin mirar al mundo.
Sin pensar en nada más que en mí misma.
Quiero ser mala persona y meditar sobre eso. Creer que hago bien. Creerlo del todo.
Irme a dormir feliz. Pensando en qué color me pintaré las uñas mañana para ir al trabajo y reírme de la peña que no está a la altura. Pensar en las vacaciones en Asia y regatear al máximo para ahorrar unos cuantos billetes que sólo me servirán en mi país para un desayuno pero para ellos es la diferencia.
Quiero ser mala en todo. En cualquier pequeña cosa. En la más simple.
En dejar comentarios hirientes en todas las redes sociales. En hacer trampas, en saltarme la fila del supermercado, en no pararme en ningún paso de peatones, en hablar mal de la peña. En tirar el agua y la comida del gato abandonado de la esquina. En poner veneno al perro del vecino que ladra mucho. En llamar a la policía porque esos indigentes que piden en la puerta de casa me molestan mucho. Hacen feo. Traen decadencia a mi barrio.
Quiero ser una mala consentida. De las que hablan y gritan que nadie ayuda ni hace nada...pero qué sofá más bonito tengo en casa. De las que se va de fiesta y deja que otros limpien por ella. De las que critica todo, porque es perfecta.
Una mala socialmente adaptada, permitida, naturalizada.
Ser mala es lo más. ¿No?