miércoles, 24 de agosto de 2022

Cafés




Bajo a la cafetería. Deseo sacudirme esa tristeza que de nuevo se instaló en mi desde hace un tiempo para acá. 
No sé si es esta ciudad que me odia. No sé qué es. Pero necesito una taza blanca con un buen café y un lugar lindo.
Me acuerdo de Sergio y sus cafés. Me hace sonreír.
(Me falta el libro, pero tengo mi cuaderno)

Qué fácil podría ser, si la felicidad se limitara a esos minutos en cualquier cafetería.  Olvidarse del mundo. 
Sumergirse en miles de pensamientos o dejar simplemente la mente en blanco. Vuelvo a mi tristeza de siempre. Soy todo bipolaridad. 
Hoy feliz como una perdiz mañana triste como un alma en pena.

Supongo que es mi carácter. Pensaba también que la edad me tenía controlada. Pero no es cierto. Creo que la edad es una cagada.
Y las hormonas. Que joden. 
Demasiada intensidad para una sola vida.






martes, 16 de agosto de 2022

Historias Subterráneas: Fantasías.


 
Es cierto. Siempre fantaseamos con la idea de matar. Era tan fácil pensar en todas aquellas personas que sobraban en el mundo. Las teníamos tan cerca. Salían en televisión. Algunas veces sólo tenías que alargar  la mano y allí estaban todos los que asesinaban a niños, mujeres, animales. 

Como sociedad  habíamos naturalizado de tal manera la violencia que ya no nos importaba ver con nuestros hijos las noticias,  mientras comíamos. Nuestros hijos veían cuerpos despedazados cada día y memes de gente saltando por un balcón, atropellando a alguien o disparando un arma.

Sí, perdón. Fantaseamos muchas veces con la idea de matar. 

Nos reuníamos los tres y al principio era pensar en amenazar. Amenazas al sujeto, haces que se cague de miedo, le pegas el susto de su vida y esperas a que cambie. 
Sino cambia, está muerto.

No. No nos reíamos. No era una broma. Era algo muy serio. 
Las reuniones después del voluntariado se hicieron más necesarias, más intensas.

Nos conocimos el 1 de enero. En Año Nuevo. Cuando todo el mundo duerme por resaca. Cuando todavía el día estaba oscuro. Con la nieve cubriéndonos los tobillos nos saludamos en la puerta del refugio. No queríamos quejarnos del frío cuando a esos trescientos perros se les congelaban hasta las pestañas. Ahí estaban ellos, esperándonos moviendo la cola y ladrando. 
Cubos de agua congelados, mantas mojadas. Casetas inundadas o destrozadas por el peso de la nieve. 
Trabajamos todo el día hasta que oscureció de nuevo.

Volvimos a encontrarnos otros fines de semana o días festivos. 

B tenía un trabajo agotador, era asistente social y cada día tenía que lidiar con la desidia y el maltrato. Era dulce, cariñosa, paciente y muy alegre.  Pero su último seguimiento la había sumido en un estado de desesperanza y angustia. No conseguía dormir bien y sus días libres se los pasaba llorando. Quizás por eso se unió al nuevo grupo de voluntarios del refugio. No importaba lo cansada que estuviera, ella siempre estaba ahí con una sonrisa, con café para todos y muchas manos para acariciar chuchos.

C era policía y sólo de mirarle a los ojos ya sabías que algo andaba mal. Sufría. Mucho. Su tristeza empañaba los silencios. Hacía los trabajos más pesados. Arreglaba vallas, reconstruía todo lo que se rompía, cargaba la basura. Siempre con esa mirada perdida. Con el tiempo lo entendí. Siempre fue un policía encubierto. Tragándose la maldad humana, la crueldad extrema, lo que nadie sabe ni ve. 
Lo que sólo se intuye en las películas dramáticas o de terror. 

Fue algo que tenía que ocurrir. Hacernos amigos. Fantasear.

Hasta que ocurrió algo...cada año comprábamos lotería de diferentes organizaciones e imaginábamos todo lo que podríamos arreglar en el refugio o en el orfanato donde B solía ir a visitar a ''sus'' niños.
Toda la ropa que podríamos comprarles, juguetes. 

También fantaseábamos con cosas lindas. 
No se crean. 

Porque para lo otro necesitas muchísimo más dinero. Mucho más. 

El que luego tuvimos y con el que todo empezó.

To be continued...



*Inspirado en la última entrada de Sbm
Verdades Inmutables 

http://sobremorir.blogspot.com/



sábado, 6 de agosto de 2022

Salir a la calle y ser feliz no es algo fácil.

 


Pablo trabajaba en una fábrica que cerró hace mucho tiempo. Tenía un piso alquilado. Nunca le dió el sueldo para poder compar uno. Vivía. Y ya. Con la devaluación el dinero de la pensión ya no daba para pagar el alquiler así que metió cuatro cosas en dos bolsas y dejó su casa con todos los recuerdos de su vida. Su mujer ya no vivía y no tenía hijos. Su perro murió hacía un tiempo y eso lo alegra. 

El primer día en la calle fue un infierno y no durmió en toda la noche, ni la segunda ni la tercera, ahora duerme unas horas solamente. En menos de medio año envejeció diez años más. Así es la vida: me dice. Durante el día y parte de la noche se la pasa viajando en el subte, ahí se siente acompañado y no hace frío. Luego se sienta dentro de un cajero automático durante horas. Se compra una botella de coca-cola que le llena mucho la panza y a veces chocolatinas. No pide dinero a nadie, pero a veces alguien le da algo porque lo ven ahí sentado en la calle con la cabeza gacha. Como yo.

No me veo como un indigente, me dice. Yo tampoco la primera vez que lo vi. Con su bolsa de alimentos, su camisa limpia y planchada y sus zapatos lustrados. Ahora ya no va limpio y todo lo que tiene lo lleva puesto. 

Se me parte el corazón cuando lo veo pasar mientras yo paseo a mis perros. Cada vez que nos cruzamos sonríe al ver a Chinchu, mi perro pequeño; que es muy gracioso. 

A veces salgo a la calle con quinientos o mil pesos por si veo a Pablo. Ya sé que no le arreglaré la vida. Pero es eso o nada.

Me gustaría que las personas fueran como los perros. Los sacas de la calle, los alimentas, les das un baño y un poco de cariño y les buscas una casa de adopción para que vuelvan a tener la vida que se merecen. No sé si Pablo se merece otra vida mejor. No sé qué vida tuvo ni si fue una buena o mala persona. 

Un perro es más fácil. Lo cuidas, te mira y te puedes imaginar la vida de mierda que tuvo según su comportamiento.

Las personas también tienen vidas de mierda pero no estamos preparados para hacer nada. No puedo llevarme a este señor a casa. Ni a Ezequiel.

Ezequiel vivió durante unos meses en una esquina de otra calle que está en el recorrido que hago con mis perros. Ezequiel tendrá unos veinte años, argentino, siempre vivió en la calle.

Durante el tiempo que estuvo ahí le llevaba el desayuno y la cena. El almuerzo se lo llevaba otra chica que trabajaba al lado dónde él dormía. El segundo o tercer día que lo vi, me decidí a llevarle un café y unas medialunas y le pregunté qué prefería, si café u otra cosa para el día siguiente. Me dijo que leche con chocolate. Sentí dolor.

Maduixa se le acercaba  y le daba lengüetazos y él la abrazaba.  Maduixa es mi otro perro y ama a la gente. Creo que tiene un sexto sentido. Ama a las personas "de la calle".

Ezequiel no tenía todos los patitos en fila. A veces lo observaba. Se sentaba encima de sus mantas sucias y su pelo lleno de rastas  y se reía y hablaba al cielo. Desapareció un día tal como apareció.

Pablo, Ezequiel y miles de ellos multiplicados por millones son el resultado de una política populista y de odiar al pueblo Argentino. Gobernantes que se jactan y gritan en sus discursos de ser patriotas y de amar al "pueblo" y de echarle la culpa a otros partidos políticos. 

Pero lo cierto es que Argentina lleva décadas manipulada por unos pocos que la han llevado a la miseria y han conseguido que su gente mendigue por un plan de mierda, no tengan futuro,  no tengan nada. 

Que gobiernen provincias como si fueran caciques. Que se roben todo y más. Y que ahora se estén vendiendo sus recursos y sus tierras a los Chinos por cuatro dólares. 

Es una tristeza este país hermoso y ver cómo lo despedazan para tener más dinero y poder. Y que la gente, esa misma gente que los vota no puedan verlo por ideología.

Yo no soy patriota ni nunca lo seré, nunca voy a mojarme por una bandera, ni por un partido político, ni por ningún país. Intento ver lo bueno y lo malo. 

Por eso nunca entenderé a esos que van de ''patriotas'' y no ven más allá de su ideología de mierda que normalmente es heredada de sus padres. Esa ideología que no les deja ver cómo los engañan, como los manipulan y destrozan todo aquello por lo que dicen amar. 

Es una tristeza ver el mundo al que nos vamos dirigiendo. 

Salir a la calle y querer ser feliz no es algo fácil cuando ves tanta desigualdad y tanta indiferencia.